Esta es quizás la vista más conocida de Perú, una de las nuevas 7 maravillas del mundo, y la que más distorsiona la imagen paisajística de este país andino en quien no lo ha visitado.
El viajero suele tomar tierra en Lima, una megalópolis que reúne en su área metropolitana a 8,5 millones de personas. Luego descubre que la capital peruana está enclavada en un franja desértica, a veces con un ancho de un centenar de kilómetros, que recorre la costa de Perú de norte a sur hasta más allá de los límites con Chile: el desierto del Pacífico.
Machu Picchu es una antesala de la selva. No es un lugar muy elevado, teniendo en cuenta otras cotas andinas. Está a 2.438 metros sobre el nivel del mar. Cuzco -Cusco para los peruanos- es la capital de la región y se sitúa a 3.399 metros de altitud.
Esta ciudadela tiene algo especial, por eso abro con ella esta bitácora. Mi hijo y yo nos hemos hecho el propósito de volver, sobre todo antes de que impidan el paso a más turistas y sólo dejen contemplarla desde cimas cercanas. Volver sin prisas para tumbarnos en su hierba mirando al cielo, para perdernos entre sus piedras hasta que caiga la tarde y nos echen para cerrar.
Excitante también la visita al Huayna Picchu, que es el monte que se ve detrás, la nariz de la cara del Inca, que es lo que parecen los cerros del fondo, según la leyenda popular. Allí fue donde oí por primera vez en vivo el inquietante soniquete de una serpiente de cascabel. En otros lugares me he encontrado también con serpientes, pero eran bípedas.